por María Jesús Lamarca Lapuente
Mientras los unos escarban los
huesos de Cervantes y los otros confunden el ante omnia con Antonia, como en uno de sus entremeses; y aunque
para la ocasión no hayan querido tratar el tema cervantino ni de lejos, esta
semana carnavalesca, ambas camarillas y los pregoneros de nuestra época, los
medios de comunicación de masas, nos han deleitado a todos los madrileños con
su particular versión, actualizada y revisada, del famoso entremés cervantino: El retablo de las maravillas.
Cuatrocientos años después, las
calles de Madrid han sido el escenario de una versión curiosa y sorprendente
del celebrado entremés. Una función insólita protagonizada por Titiriteros desde abajo, avatares analógicos
o sosias toscos del Chanfalla y la Chirinos cervantinos, y a la que han
asistido no sólo el pueblo llano y las autoridades (el nuevo poder oficial),
sino también Pedro Capacho (el escribano y sus voceros), y hasta el furriel de
compañías al toque de trompeta con el sable y 30 hombres armados si es preciso,
para que nos demos cuenta de quién ostenta el poder de verdad: ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad! Para
acto seguido, meter mano a la espada y
acuchillarse con todos. Como dice
Chirinos al final del Retablo, descolgando la manta: El diablo ha sido la trompeta y la ven[i]da de los hombres de armas;
parece que los llamaron con campanilla. Y el resultado: el entremés a palos
acaba, bajo una bocanada y cachiporras de realidad, camino de la comisaría en
un furgón blindado, con destino a la Audiencia Nacional.
Tras décadas en la cosa municipal
madrileña, en los sufrientes márgenes y derroteros de una ausente e ignominiosa
política pública cultural por parte del PP, y tras la llegada de otra nueva hornada
con renovados ímpetus políticos y sociales, pero de triste estantigua cultural y
parva creatividad (Ahora Madrid) que confunde la cultura con lo que hubiera
debido ser una natural participación en la vida pública tras años de dictadura
y transición hacia una democracia que nunca se produjo excepto para los de
siempre, estaba cantado que sólo había que esperar al Carnaval para continuar
con la monserga de la Cabalgata y el consiguiente desfile de los guardianes de
las esencias, los danzantes y bandas de música arrogándose para sí mismos el
papel de fieles garantes del orden, las costumbres y hasta la estrella de
oriente, que sorprendentemente, guía los principios de la civilización
occidental.
El contrapunto no se hizo esperar
hasta el límite de establecerse una lucha absurda, llevada al paroxismo en el
plano simbólico, entre las tropas del villancico por un lado, y las milicias de
la batukada y los timbales, por otro. Si algo hay que agradecer a este momento
histórico es que por fin en este país de pandereta y asonadas, hemos abandonado
la espiral de las marchas militares para sustituirla, al parecer, por las
líneas continuas de las “narrativas” a modo de paralelas que nunca se cruzan, y
aun así, ¡toquemos madera y, como Les
Luthiers, encomendémonos a Thales
cuando como en el teorema, las paralelas sean cortadas por dos transversales,
dos transversales!
Cuando los medios de comunicación
de la caverna anunciaban el programa carnavalesco con visos aparentes de
objetividad, me barruntaba, a la vista de la programación de ese gran retablo que
es el Carnaval en una ciudad como Madrid, por la "Poca balumba trae este autor para tan gran retablo. Todo debe ser de maravilla", que las comadrejas
aguardaban, impacientes el día del estreno, para sacar a la luz sus titulares, previamente
ideados y consensuados para que el esperado desaguisado cultural apareciera
como portada de ciertos diarios, tal cual, “Títeres proetarras en el Carnaval
de Carmena”. Mis temores no eran errados, lo que yo no sabía era hasta dónde y
a quiénes, como en el Retablo de las
maravillas original, iban a salpicar las aguas imaginarias de las fuentes
del Jordán.
Cándidamente creen y a veces
hasta avasallando con sus ideas tenaces e inflexibles, los muchos Montieles que hoy nos traen los retablos
de las maravillas que les han enviado a
llamar de la Corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor
de comedias en ella, y perecen los hospitales, y con mi (su) ida se remediará todo. Lo que no saben
los Montieles de hoy ni tampoco las
autoridades actuales -sean de trapo, palo, carne o piel- y figuren de alcaldes,
jueces, gobernadores, regidores, furrieles o escribanos, es que el público del
siglo XXI, a diferencia de los del siglo de Oro –y estamos hablando de las
gentes del pueblo de hace 400 años y de una sociedad en la que la mayor parte
era iletrada, no han avanzado tanto culturalmente hablando e incluso en el
presente, al contrario que antaño, el público mayoritario es incapaz de distinguir
un títere de un titiritero y lo que es más vergonzoso todavía, no sabe
diferenciar lo real de lo que es figurado. Y ni mencionemos ya otras sutilezas autorreferenciales, como el metateatro o
la existencia de más de un marco lingüístico, referencial, conceptual, etc. hasta
el punto que, algunos, portan el marco por cabeza, sea o no Carnaval.
A esos extremos de rudeza mental
hemos llegado en una sociedad como la madrileña, pues parece que en otras
partes de la geografía no se han producido las mismas confusiones cuando encarnan
representaciones parecidas (dejando al margen la negligencia grave del aprendiz
de programador cultural, por destinarla a público infantil). Como digo, a esos
extremos de zafiedad intelectual hemos llegado cuando en una obra de teatro, el
público asistente no es capaz de discernir más de un plano narrativo o una yuxtaposición
del desarrollo dramático entre un plano real y otro figurado y más en el caso
que nos ocupa pues si en la obra cervantina eran 2 los planos puestos sobre la
mesa o marcos: ((entremés (retablo) entremés)); aquí, tratándose de las 3
intersecciones (((realidad ((entremés (retablo) entremés)) realidad))) que se
dan en este gran metateatro que es la política municipal madrileña y sus
públicos acólitos de uno y otro bando, no cabía esperar otra cosa, mas que la farsa
acabara en tragedia.
Como dice el alcalde Benito
Repollo del Retablo“Mirad, escribano
Pedro Capacho, haced vos que me hablen a derechas, que yo entenderé a pie
llano; vos, que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de
allende, que yo no”. Y lo curioso
es que se ha producido mucho más griterío y algarabía que en la obra de
Cervantes, fuera ya del retablo. No han faltado los personajes de ficción apalabrados como en el retablo
cervantino de antaño, hogaño hechos pluma y carne: un Sansón abrazado a las
columnas del templo, el toro que mató al ganapán en Salamanca, una manada de
ratones, el agua de la fuente del santo río Jordán, dos docenas de leones
rampantes y de osos colmeneros y hasta la doncella Herodías, bailando tan galana y compuesta que verán maravillas.
Claro que gran parte de las
reacciones de leones rampantes y osos colmeneros se debe a la creación de los
sabios Tontonelos de hoy por no saber
componer retablos como los de antes, y mucho menos si nos ponemos a comparar a
estos fazedores de entuertos con el
manco, porque para estos fervientes fugitivos de la obra cerrada, salvo
honrosas excepciones, todo está como en el título de Kafka, a medio cocer y en
proceso. Y para un cuarto desarrollo dramático, esta vez en tono de tragedia,
el proceso kafkiano que les va a caer
encima a estos ingenuos Joseh K. devenidos en titiriteros será una pesadilla convertida
en realidad. Una realidad que ha resultado ser muchísimo más disparatada y dura
que cualquier ficción de cachiporra. Nada menos que toda una Audiencia
Nacional, cuando debiera ser la Real Academia de la Lengua, quien juzgara
tamaño dislate narrativo puesto sobre las tablas de un cajón de títeres.
Señores de la RAE ¿ninguno se pronuncia?
Ante la creciente caterva de
policías y fiscales que espigan los tropos y figuras del lenguaje dentro de los
140 caracteres, así como la proliferación de jueces del discurso, esperemos que
al menos, en el juicio de los titiriteros, exijan la presencia de lingüistas,
retóricos y catedráticos de literatura, así como de miembros de la
RAE y otros peritos en lunas como expertos
porque, tal cual andan la educación y la cultura en este país, ni los dos titiriteros
ni el resto del público, saldremos nunca de esta enorme farsa.
“Señor autor, haga, si
puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo por mí, sino por
estas mochachas, que no les ha quedado gota de sangre en el cuerpo, de la
ferocidad del toro.”
¡Échense todos,
échense todos! ¡Húcho ho!, ¡húcho ho!, ¡húcho ho!
Nada nuevo bajo el sol de este
imperio donde se siguen exigiendo estatutos de limpieza de sangre y legitimidad
de nacimiento para ejercer derechos democráticos, aunque la narrativa cambie de
sintaxis y los otros y los unos continúen mapeando
y apatrullando la ciudad, a bastonazos.
Unos en sentido metafórico y otros, literal. ¡Húcho ho!, ¡húcho ho!, ¡húcho ho!
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