domingo, 7 de febrero de 2016

El retablo de las maravillas

por María Jesús Lamarca Lapuente

Mientras los unos escarban los huesos de Cervantes y los otros confunden el ante omnia con Antonia, como en uno de sus entremeses; y aunque para la ocasión no hayan querido tratar el tema cervantino ni de lejos, esta semana carnavalesca, ambas camarillas y los pregoneros de nuestra época, los medios de comunicación de masas, nos han deleitado a todos los madrileños con su particular versión, actualizada y revisada, del famoso entremés cervantino: El retablo de las maravillas.  

Cuatrocientos años después, las calles de Madrid han sido el escenario de una versión curiosa y sorprendente del celebrado entremés. Una función insólita protagonizada por Titiriteros desde abajo, avatares analógicos o sosias toscos del Chanfalla y la Chirinos cervantinos, y a la que han asistido no sólo el pueblo llano y las autoridades (el nuevo poder oficial), sino también Pedro Capacho (el escribano y sus voceros), y hasta el furriel de compañías al toque de trompeta con el sable y 30 hombres armados si es preciso, para que nos demos cuenta de quién ostenta el poder de verdad: ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad! Para acto seguido, meter mano a la espada y acuchillarse con todos. Como dice Chirinos al final del Retablo, descolgando la manta: El diablo ha sido la trompeta y la ven[i]da de los hombres de armas; parece que los llamaron con campanilla. Y el resultado: el entremés a palos acaba, bajo una bocanada y cachiporras de realidad, camino de la comisaría en un furgón blindado, con destino a la Audiencia Nacional.

Tras décadas en la cosa municipal madrileña, en los sufrientes márgenes y derroteros de una ausente e ignominiosa política pública cultural por parte del PP, y tras la llegada de otra nueva hornada con renovados ímpetus políticos y sociales, pero de triste estantigua cultural y parva creatividad (Ahora Madrid) que confunde la cultura con lo que hubiera debido ser una natural participación en la vida pública tras años de dictadura y transición hacia una democracia que nunca se produjo excepto para los de siempre, estaba cantado que sólo había que esperar al Carnaval para continuar con la monserga de la Cabalgata y el consiguiente desfile de los guardianes de las esencias, los danzantes y bandas de música arrogándose para sí mismos el papel de fieles garantes del orden, las costumbres y hasta la estrella de oriente, que sorprendentemente, guía los principios de la civilización occidental.

El contrapunto no se hizo esperar hasta el límite de establecerse una lucha absurda, llevada al paroxismo en el plano simbólico, entre las tropas del villancico por un lado, y las milicias de la batukada y los timbales, por otro. Si algo hay que agradecer a este momento histórico es que por fin en este país de pandereta y asonadas, hemos abandonado la espiral de las marchas militares para sustituirla, al parecer, por las líneas continuas de las “narrativas” a modo de paralelas que nunca se cruzan, y aun así, ¡toquemos madera y, como Les Luthiers, encomendémonos a Thales cuando como en el teorema, las paralelas sean cortadas por dos transversales, dos transversales!

Cuando los medios de comunicación de la caverna anunciaban el programa carnavalesco con visos aparentes de objetividad, me barruntaba, a la vista de la programación de ese gran retablo que es el Carnaval en una ciudad como Madrid, por la "Poca balumba trae este autor para tan gran retablo. Todo debe ser de maravilla", que las comadrejas aguardaban, impacientes el día del estreno, para sacar a la luz sus titulares, previamente ideados y consensuados para que el esperado desaguisado cultural apareciera como portada de ciertos diarios, tal cual, “Títeres proetarras en el Carnaval de Carmena”. Mis temores no eran errados, lo que yo no sabía era hasta dónde y a quiénes, como en el Retablo de las maravillas original, iban a salpicar las aguas imaginarias de las fuentes del Jordán.

Cándidamente creen y a veces hasta avasallando con sus ideas tenaces e inflexibles, los muchos Montieles que hoy nos traen los retablos de las maravillas que les han enviado a llamar de la Corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor de comedias en ella, y perecen los hospitales, y con mi (su) ida se remediará todo. Lo que no saben los Montieles de hoy ni tampoco las autoridades actuales -sean de trapo, palo, carne o piel- y figuren de alcaldes, jueces, gobernadores, regidores, furrieles o escribanos, es que el público del siglo XXI, a diferencia de los del siglo de Oro –y estamos hablando de las gentes del pueblo de hace 400 años y de una sociedad en la que la mayor parte era iletrada, no han avanzado tanto culturalmente hablando e incluso en el presente, al contrario que antaño, el público mayoritario es incapaz de distinguir un títere de un titiritero y lo que es más vergonzoso todavía, no sabe diferenciar lo real de lo que es figurado. Y ni mencionemos ya otras sutilezas autorreferenciales, como el metateatro o la existencia de más de un marco lingüístico, referencial, conceptual, etc. hasta el punto que, algunos, portan el marco por cabeza, sea o no Carnaval.

A esos extremos de rudeza mental hemos llegado en una sociedad como la madrileña, pues parece que en otras partes de la geografía no se han producido las mismas confusiones cuando encarnan representaciones parecidas (dejando al margen la negligencia grave del aprendiz de programador cultural, por destinarla a público infantil). Como digo, a esos extremos de zafiedad intelectual hemos llegado cuando en una obra de teatro, el público asistente no es capaz de discernir más de un plano narrativo o una yuxtaposición del desarrollo dramático entre un plano real y otro figurado y más en el caso que nos ocupa pues si en la obra cervantina eran 2 los planos puestos sobre la mesa o marcos: ((entremés (retablo) entremés)); aquí, tratándose de las 3 intersecciones (((realidad ((entremés (retablo) entremés)) realidad))) que se dan en este gran metateatro que es la política municipal madrileña y sus públicos acólitos de uno y otro bando, no cabía esperar otra cosa, mas que la farsa acabara en tragedia.

Como dice el alcalde Benito Repollo del Retablo“Mirad, escribano Pedro Capacho, haced vos que me hablen a derechas, que yo entenderé a pie llano; vos, que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de allende, que yo no”. Y lo curioso es que se ha producido mucho más griterío y algarabía que en la obra de Cervantes, fuera ya del retablo. No han faltado los personajes de ficción apalabrados como en el retablo cervantino de antaño, hogaño hechos pluma y carne: un Sansón abrazado a las columnas del templo, el toro que mató al ganapán en Salamanca, una manada de ratones, el agua de la fuente del santo río Jordán, dos docenas de leones rampantes y de osos colmeneros y hasta la doncella Herodías, bailando tan galana y compuesta que verán maravillas.

Claro que gran parte de las reacciones de leones rampantes y osos colmeneros se debe a la creación de los sabios Tontonelos de hoy por no saber componer retablos como los de antes, y mucho menos si nos ponemos a comparar a estos fazedores de entuertos con el manco, porque para estos fervientes fugitivos de la obra cerrada, salvo honrosas excepciones, todo está como en el título de Kafka, a medio cocer y en proceso. Y para un cuarto desarrollo dramático, esta vez en tono de tragedia, el proceso kafkiano que les va a caer encima a estos ingenuos Joseh K. devenidos en titiriteros será una pesadilla convertida en realidad. Una realidad que ha resultado ser muchísimo más disparatada y dura que cualquier ficción de cachiporra. Nada menos que toda una Audiencia Nacional, cuando debiera ser la Real Academia de la Lengua, quien juzgara tamaño dislate narrativo puesto sobre las tablas de un cajón de títeres. Señores de la RAE ¿ninguno se pronuncia?

Ante la creciente caterva de policías y fiscales que espigan los tropos y figuras del lenguaje dentro de los 140 caracteres, así como la proliferación de jueces del discurso, esperemos que al menos, en el juicio de los titiriteros, exijan la presencia de lingüistas, retóricos y catedráticos de literatura, así como de miembros de la RAE y otros peritos en lunas como expertos porque, tal cual andan la educación y la cultura en este país, ni los dos titiriteros ni el resto del público, saldremos nunca de esta enorme farsa.

“Señor autor, haga, si puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo por mí, sino por estas mochachas, que no les ha quedado gota de sangre en el cuerpo, de la ferocidad del toro.”

¡Échense todos, échense todos! ¡Húcho ho!, ¡húcho ho!, ¡húcho ho!

Nada nuevo bajo el sol de este imperio donde se siguen exigiendo estatutos de limpieza de sangre y legitimidad de nacimiento para ejercer derechos democráticos, aunque la narrativa cambie de sintaxis y los otros y los unos continúen mapeando y apatrullando la ciudad, a bastonazos. Unos en sentido metafórico y otros, literal. ¡Húcho ho!, ¡húcho ho!, ¡húcho ho!