Cierto es que se pueden producir nuevas formas de analfabetismo no por la incapacidad de leer y escribir, sino por la incapacidad de manejar los nuevos medios tecnológicos o por la imposibilidad de acceder a las nuevas formas de transmisión de lo escrito (la brecha digital puede deberse a la falta de infraestructuras que impidan tener acceso a la red o a un teléfono, no tener acceso al dinero, etc.). No basta la alfabetización, hay que dominar las interfaces y tener acceso a ellas, saber navegar y buscar información en Internet, elaborar página web, aprender a leer y escribir imágenes y sonidos, o conocer las técnicas para elaborar y escribir nuestras propias películas, etc. pero una vez alfabetizados en el nuevo entorno electrónico y digital, la aparición de las nuevas tecnologías facitilita ciertas tareas, mejora muchos procesos y ofrece nuevas oportunidades para el acceso universal a la información y la participación en la elaboración y construcción de conocimiento.
En el campo de la cultura, la aparición del hipertexto supone, sin la menor duda, una mejora evidente y empírica y la Web, en potencia, se ha convertido en una especie de biblioteca universal en donde cualquier persona, desde cualquier parte del mundo y en tiempo casi real, puede acceder y contribuir a esa enorme memoria humana colectiva que se abre como base de información y conocimiento universales. Las desigualdades de producción y acceso no vienen impuestas por la tecnología, sino por la existencia de un sistema económico y social terriblemente injusto y desigual.
Las pantallas se han convertido en las verdaderas protagonistas del mundo digital. Ahora combinan el mundo informático y el de la información y comunicación, convergiendo en ellas todas las tecnologías y todos los medios de información y comunicación. Gracias a las pantallas no sólo nos movemos por la Web y recorremos los espacios de Internet, sino que podemos ver la tele y consultar el teletexto, oír la radio, escuchar nuestro CD o mp3 favorito y también conectar cualquier aparato digital: cámaras o videocámaras digitales, DVDs, vídeos, consolas de vídeo-juegos, etc. Para mayor sensación de realismo, muchas pantallas llevan incorporados circuitos de sonido y potentes amplificadores que crean un campo de sonido envolvente de 360º. En suma, disponemos del cine, la radio, la televisión, acceso a todos los periódicos digitales, a nuestros vídeos y fotografías, a escuchar música, a visitar museos o acceder a mundos virtuales y a disponer de toda la gran biblioteca, museo y archivo universal que es la World Wide Web, gracias al hipertexto, en el salón de nuestra propia casa.
Nuestra iconosfera ya no será predominantemente de imágenes estáticas, sino audiovisual e interactiva y, por supuesto, móvil. Los monitores se han aplanado hasta convertirse en unos paneles de finísimo grosor, pero de muchas pulgadas de longitud o, por el contrario, de muy pocos centímetros. La pantalla ahora es una lámina delgada que puede empapelar la pared de una habitación u ocupar todo el techo del salón, como también puede caber en la palma de la mano.
No es sólo la presencia constante de la pantalla de la tele o del ordenador, también otras pantallas nos rodean. Las máquinas y herramientas mecánicas han sido sustituidas por las máquinas digitales y para manejar éstas es necesaria la presencia de una pantalla, una interfaz que haga las funciones de mando de control. Ya no hay que dar vueltas a una manivela, girar una tuerca para mover las manecillas del reloj o dar vueltas al anillo de diafragma de la cámara fotográfica, ahora hay que pulsar botones y programar un chip. Gran parte de los aparatos domésticos son digitales. Y estos aparatos electrónicos son multimedia, todos dotados de una pantallita que nos permite controlar el tiempo que tardará en asarse un pollo en el microondas, y de una serie de bits en forma de horrendos pitidos que nos avisan de que el ave ya está en su punto (aunque en este caso la tecnología microondas no ha superado al fuego, puesto que sigue estando mucho más sabroso con la tecnología que hace varios milenios, robó a los dioses y nos trajo a los humanos, Prometeo). Las pantallas nos permiten sacar dinero de los cajeros automáticos (si hay fondos, claro); los lectores ópticos controlan nuestras compras en el supermercado; y las cámaras nos vigilan en el banco, el metro, los comercios, etc. proyectando nuestras actividades en todo tipo de pantallas y monitores e incluso grabando todos y cada uno de nuestros movimientos reales y virtuales.
Vemos la vida a través de las pantallas y vivimos a través de las pantallas. Ahora las guerras se nos presentan como una representación incruenta donde no hay sangre ni cadáveres, sino fuegos de artificio tecnológicos y bombas asépticas asistidas por ordenador. Y también vivimos la vida a través de las pantallas creando mundos virtuales, simulados y realidades paralelas. Incluso para tomar fotografías - antaño el arte de la objetividad y el realismo-, ya no miramos a través del objetivo, sino que encuadramos la imagen dentro de una pantalla.
Pero las pantallas no sirven únicamente para la vigilancia y el control social, o para manipular la realidad o salirse de ella, las pantallas también hacen posible la expresión artística, la información, la comunicación y la colaboración en el conocimiento a distancia. Y las pantallas hacen posible el hipertexto. No es extraño que, igual que toda luz, las pantallas también produzcan sombras.
María Jesús Lamarca.
NOTA. Este artículo ha sido extraído de mi tesis doctoral defendida en la Universidad Complutense de Madrid: Lamarca Lapuente, María Jesús. Hipertexto, el nuevo concepto de documento en la cultura de la imagen. Madrid, 2006.
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